En nuestras consultas, frecuentemente encontramos a personas que experimentan un profundo temor a ser evaluadas por otros. Lo que muchos suelen considerar tímido, en ciertos casos, va mucho más allá: nos referimos a lo que en la psicología clínica se denomina fobia social o trastorno de ansiedad social.
Quiero compartir el relato de Sara (nombre ficticio), quien podría representar a muchas personas que llegan a terapia sintiéndose atrapadas en sus propios pensamientos. Y lo digo de manera literal: su mente se convierte en su peor adversario cuando hay otras personas presentes.
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El temor constante de ser observada
Sara, de 28 años, trabaja como diseñadora gráfica. En nuestra primera cita me confesó: “Me genera mucha ansiedad ir a la oficina. Siento que todos me están observando, que diré algo tonto, que me quedaré en blanco y pareceré ridícula”.
Este tipo de pensamiento —que en psicología se llama creencia disfuncional— no se producía solo, sino que surgía en una serie. Pensaba cosas como:
“Voy a hablar, me voy a trabar, creerán que soy tonta, se reirán en secreto, y entonces me quedaré en blanco”.
Este tipo de proceso es conocido como sesgo atencional hacia amenazas sociales. Es decir, su atención se enfoca automáticamente en todo lo que puede parecer peligroso en el ámbito social: una mirada, un gesto, o un silencio incómodo.
¿Solo se trata de falta de confianza?
No. No estamos hablando de individuos inseguros en general. Nos referimos a un trastorno de ansiedad que está registrado en los manuales clínicos (DSM-5, CIE-11) y que puede limitar de manera significativa la vida social, laboral y emocional. De acuerdo a datos epidemiológicos, la prevalencia de la fobia social a lo largo de la vida es aproximadamente del 12% (Kessler et al., 2005), y suele comenzar en la adolescencia.
En el caso de Sara, todo esto había estado presente durante largos años en silencio. Había tratado de ocultarlo evitando situaciones sociales: reuniones, fiestas, presentaciones… Fue hasta que su pareja le señaló que parecía estar distanciándose de los demás que decidió buscar ayuda.
¿Qué hacemos en la terapia online?
Desde un enfoque cognitivo-conductual, que es el que cuenta con más respaldo científico para este trastorno (véase el meta-análisis de Mayo-Wilson et al., 2014), trabajamos en diferentes aspectos.
-Psicoeducación:
Lo primero fue explicarle que su ansiedad no era irracional, ya que su cuerpo respondía como si hubiera un peligro real. Le enseñamos el modelo del “triángulo cognitivo”: pensamientos, emociones y comportamientos están interrelacionados.
Por ejemplo:
Pensamiento: “Me van a juzgar”.
Emoción: miedo, vergüenza.
Comportamiento: evitar conversar, permanecer en silencio.
Consecuencia: alivio inmediato, pero refuerza el problema a largo plazo.
-Reestructuración cognitiva:
Iniciamos el proceso reconociendo pensamientos automáticos que estaban distorsionados. Empleamos recursos como el registro de pensamientos y examinamos las evidencias que apoyaban o contradecían creencias como “si me equivoco, pensarán que soy tonto”.
Nos dimos cuenta de que muchos de sus pensamientos se basaban en leer la mente de otros (“sé lo que piensan los demás”) y en el catastrofismo (“si fallo, todo se desmorona”).
-Exposición gradual en vivo:
Una de las técnicas más importantes, aunque también la más temida, es la exposición. No se trata de hacer una presentación en el primer día, sino de establecer una lista ordenada de situaciones que le causaban ansiedad y enfrentarlas poco a poco.
Comenzamos con tareas simples como pedir un café de forma clara, llamar a una tienda, o hacer una pregunta en una reunión. Cada una de estas experiencias se registraba con el nivel de ansiedad (escala SUDS) y se analizaba después.
Este enfoque tiene un fundamento neuroconductual claro: al dejar de evitar y permanecer en la situación, el sistema nervioso se aclimata. La respuesta de ansiedad se reduce, interrumpiendo así el ciclo de evitación y refuerzo.
-Prevención de la autoconciencia excesiva:
Un fenómeno significativo en la fobia social es lo que Clark y Wells (1995) denominaron procesamiento egocéntrico. La persona se siente observada desde fuera, como si tuviera una cámara interna que la está juzgando constantemente.
Con ejercicios de atención hacia el exterior (mindfulness adaptado a lo conductual) y mediante experimentos conductuales, empezamos a cambiar ese enfoque.
-Revisión de experiencias pasadas y creencias centrales:
En las etapas finales, buscamos el origen de muchas de esas creencias. En su caso, un maestro que se burló de ella en el colegio y una familia exigente, donde “hablar bien en público” significaba “ser válida”.
No se trató de hacer terapia psicodinámica, pero sí de comprender de dónde proviene ese “no soy suficiente” que sostenía toda su estructura cognitiva.
¿Y funcionó?
Sí. No de inmediato, pero sí con dedicación. Después de cuatro meses, Sara comenzó a participar en reuniones sin sentir que se iba a desmayar. Tenía un poco de temblor en las manos, pero ya no evitaba la situación. Tras seis meses, hasta comenzó a dar pequeñas presentaciones.
Lo más relevante no fue que su ansiedad desapareciera (porque no se va del todo), sino que dejó de controlar su vida.

¿Qué dice la ciencia?
Muchos estudios apoyan este método. Por ejemplo, el metaanálisis de Mayo-Wilson et al.(2014) concluyó que la terapia cognitivo-conductual individual es el tratamiento más efectivo a largo plazo, incluso mejor que solo la farmacoterapia.
Respecto a la exposición, Foa y Kozak (1986) explicaron su efectividad en relación a la activación emocional y el procesamiento de información: al permanecer en la situación temida, el sistema emocional aprende que no hay peligro real.
¿Y qué hay de los medicamentos?
En algunas situaciones moderadas o severas, combinamos la terapia psicológica con medicamentos ansiolíticos o antidepresivos, siempre bajo la supervisión de un psiquiatra. Los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), como la sertralina, han demostrado ser efectivos (Stein et al., 2004).Conclusiones
La fobia social no es simplemente ser muy tímido ni una cuestión de «baja autoestima». Es un trastorno mental que tiene mecanismos bien identificados y tratamientos que funcionan, especialmente desde el enfoque de la terapia cognitivo-conductual.
Si tú o alguien que conoces evita hablar en público, se siente incapaz de relacionarse con extraños, o vive con un temor constante al juicio de otros, buscar ayuda no significa ser débil. Es el primer paso hacia una vida más plena.
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