Anorgasmia. En el ámbito de la consulta, frecuentemente encontramos a personas que no sienten atracción sexual o que son incapaces de llegar al orgasmo, incluso con una pareja estable, relaciones que son emocionalmente satisfactorias o cuando hay amor verdadero. A menudo, se cuestionan si hay un problema físico, si la responsabilidad recae en su pareja o si simplemente han dejado de experimentar su sexualidad. No suelen pensar que su malestar tenga un nombre específico: anorgasmia, o en el contexto del deseo, se refiere clínicamente al trastorno del deseo sexual hipoactivo. Y lo más relevante: hay tratamientos efectivos disponibles basados en la psicología científica.
Recuerdo claramente el caso de Laura (nombre ficticio).Tenía 34 años, llevaba cinco años en una relación, y acudió a consulta porque “nunca tengo ganas, y cuando lo intentamos, no siento nada especial”. Es decir, había baja energía sexual, escasa motivación y ausencia de orgasmos. En su historial sexual no existían traumas, abusos ni condiciones médicas conocidas. Todo indicaba un caso típico de anorgasmia primaria con deseo sexual inhibido, que es muy común en mujeres, aunque también se presenta en hombres.
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¿Qué implica la anorgasmia y cuáles son sus tipos?
La anorgasmia se define como la dificultad continua o recurrente para alcanzar el orgasmo después de una fase de excitación sexual adecuada. Puede presentarse de las siguientes maneras:
-Primaria: la persona nunca ha experimentado un orgasmo.
-Secundaria: la persona sí los experimentaba anteriormente, pero ha dejado de tenerlos.
-Situacional: se presenta únicamente en ciertos contextos (por ejemplo, con una pareja, pero no durante la masturbación, o viceversa).
-Generalizada: sucede en todos los contextos.
En el caso de Laura, se trataba de una anorgasmia primaria generalizada, lo que nos llevó a evaluar no solo factores fisiológicos, sino también aspectos psicológicos, cognitivos y conductuales. El DSM-5 también menciona que debe persistir durante al menos 6 meses y causar un malestar significativo clínicamente.
¿Qué provoca esto? Un enfoque de comportamiento y cognitivo
Desde la perspectiva del conductismo, parte del problema está relacionado con la forma en que se ha condicionado a las personas. Muchas han aprendido a no vincular el sexo con el placer. Esto puede ser resultado de una educación restrictiva (“el sexo es algo sucio”, “una buena mujer no disfruta”), de experiencias insatisfactorias (sexo que se centra en la otra persona, dolor físico, falta de estimulación adecuada) o simplemente por no haber recibido un refuerzo positivo en relación a la conducta sexual.
Asimismo, la falta de experiencia con la masturbación durante la adolescencia o la adultez puede impedir que el cuerpo aprenda a “responder” ante la estimulación sexual. Esto es importante a considerar. La masturbación, a pesar de ser un tema tabú en muchas consultas, es una herramienta esencial para recuperar el placer sexual.
Desde la perspectiva cognitiva, los patrones mentales negativos son fundamentales. En el caso de Laura, por ejemplo, ella tenía pensamientos como: “no estoy excitada, por lo que debo estar mal” o “mi pareja pensará que soy distante”. Este tipo de pensamientos internos provoca ansiedad sobre el desempeño, una de las razones más comunes en los problemas sexuales. Es una preocupación que activa el sistema de alerta del cerebro, en contraste con el sistema de relajación necesario para sentirse excitado y alcanzar el clímax.
También se pueden observar lo que Ellis y Beck denominan distorsiones cognitivas: generalización (“nunca voy a disfrutar”), personalización (“si no funciona, es mi culpa”), y pensamiento extremista (“si no consigo el orgasmo, he fallado”).Todas estas creencias alimentan un ciclo de frustración y evitación que continua el problema.
La terapia online: un enfoque gradual desde la psicología científica
En la terapia con Laura, comenzamos con educación sexual. Le enseñé cómo funciona la respuesta sexual en los seres humanos, siguiendo los modelos propuestos por Masters y Johnson y Helen Kaplan. Aprendió que el orgasmo es una reacción física, pero también algo aprendido, y que se requiere excitación previa, relajación y estimulación adecuada.
Después procedimos a una etapa en la que registramos sus pensamientos automáticos durante el sexo. Nos dimos cuenta de que, en lugar de enfocarse en las sensaciones, su mente se desviaba continuamente hacia pensamientos autocríticos. Esto se abordó mediante técnicas de reestructuración cognitiva: cuestionamos esas creencias y gradualmente las sustituyó por otras más saludables (“es normal que tarde en excitarme”, “está bien disfrutar sin presión”).
Paralelamente, comenzamos con el trabajo conductual. Aquí implementamos técnicas como:
-Focalización sensorial (de Masters y Johnson): ejercicios de exploración corporal progresivos sin buscar el orgasmo. Comenzamos sin involucrar los genitales, luego con estimulación genital y, finalmente, con interacción en pareja.
-Prácticas de relajación y respiración: para ayudar a reducir la ansiedad anticipatoria.
-Exploración de fantasías sexuales: para incentivar el deseo a través de la imaginación, un área que, en muchos casos, se ha limitado por años de inhibiciones.
-Masturbación guiada: utilizando espejos, lubricantes, y exploración acompañada, a menudo con lecturas eróticas o incluso contenido visual, dependiendo de la comodidad de la paciente.
También colaboramos con su pareja, ya que muchas veces el problema no es únicamente individual. En esta situación, su pareja era comprensiva, pero también mostraba inseguridades (“¿no le gusto? ”). Realizamos sesiones conjuntas donde aprendieron a comunicarse mejor sobre su vida sexual, expresar deseos y límites, y, sobre todo, reducir la presión.
¿Y si no resulta?
La mayoría de las situaciones mejora con tratamiento psicológico. Las pautas clínicas sugieren la terapia cognitivo-conductual como la opción inicial (consultar McCabe et al., 2016; Brotto Luria, 2014). Sin embargo, existen aspectos que pueden complicar el avance: condiciones médicas (como endometriosis o problemas hormonales), efectos adversos de medicamentos (como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina), traumas no resueltos o dinámicas conflictivas en la pareja.
Por esto, es fundamental realizar primero una evaluación médica y, en muchos casos, colaborar con especialistas en ginecología, psiquiatría o medicina sexual.

Conclusiones: ¿qué sucedió con Laura?
Tras aproximadamente 14 sesiones, Laura consiguió experimentar sus primeros orgasmos durante la masturbación. Luego, gradualmente, comenzó a disfrutarlos con su pareja. Lo más relevante no fue esto —aunque claramente la hizo muy feliz—, sino que transformó su relación con la sexualidad: menos culpa, menos presión, mayor atención a su cuerpo y más libertad para comunicar lo que necesitaba.
Esto no es un truco. Es ciencia psicológica. Con un análisis funcional adecuado, intervención basada en pruebas y una buena relación terapéutica, se producen cambios. La sexualidad, al igual que casi todo en psicología, se aprende y puede ser adaptada.
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