He trabajado como psicóloga durante varios años y he observado en mi práctica que las adicciones pueden manifestarse de muchas maneras: desde las más evidentes, como el alcohol y las drogas, hasta algunas más sutiles y aceptadas socialmente, como la obsesión por el trabajo, el ejercicio… o incluso la cirugía estética.
Hoy quiero compartir en primera persona sobre este último asunto, porque a menudo pasa desapercibido, pero realmente causa un gran sufrimiento a quienes lo enfrentan.
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La primera cirugía: de la necesidad al hábito
Todo tiende a iniciar con una primera operación que se hace por un malestar genuino. Recuerdo a una paciente llamada Laura (nombre ficticio), una mujer de 32 años que llegó a mí después de hacerse una rinoplastia. Pensó que al modificar su nariz se sentiría más segura en sus interacciones sociales. Aunque el resultado fue positivo, pronto comenzó a centrarse en otras partes de su apariencia: las líneas de su frente, la forma de su mentón, su busto… En pocos meses ya planificaba su próxima cirugía. Lo que al principio parecía un ajuste ocasional se convirtió en una necesidad continua de “mejorarse”.
¿Compulsión o búsqueda de perfección?
Una de las preguntas que me hacen con frecuencia es: ¿es posible calificar la cirugía estética como una adicción?La investigación científica indica que sí. Estudios como el de Sarwer y colaboradores (2006) indican que un número considerable de pacientes que buscan cirugía estética presentan síntomas relacionados con el trastorno dismórfico corporal (TDC), que se caracteriza por una preocupación intensa por defectos físicos percibidos que a menudo son menores o inexistentes. En estos casos, la cirugía no alivia la angustia, ya que el problema no radica en el cuerpo, sino en la percepción que uno tiene de sí mismo.
El patrón es muy similar al de otras adicciones:
-Aumento de la necesidad: con el tiempo, se necesitan más intervenciones para sentir la misma satisfacción.
-Falta de control: la persona se obsesiona con la idea de nuevas cirugías.
-Efectos negativos: pueden aparecer problemas de salud, deudas, conflictos familiares, y aún así, la conducta persiste.
La influencia de la sociedad y las redes sociales
No podemos pasar por alto el entorno social. Actualmente, vivimos en un tiempo donde la apariencia se ha convertido en una forma de presentación personal. Plataformas como Instagram o TikTok nos muestran a diario rostros “perfectos”, cuerpos esculpidos y filtros que eliminan imperfecciones. Como indica el metaanálisis de Fardouly y demás (2015), la exposición frecuente a imágenes idealizadas en redes sociales está directamente ligada a un aumento de la insatisfacción corporal y a la intención de someterse a cirugía estética.
En mis sesiones, escucho comentarios como:
“Es que todas mis amigas se han realizado algo, yo me siento rezagada”.
“Siempre me veo mal en las fotos en comparación con otros”.
El problema va más allá de la estética, es profundamente emocional: la autoestima se vuelve dependiente de una validación externa que es insostenible.
Ejemplos clínicos
A lo largo de mi trayectoria profesional, he tenido la oportunidad de ayudar a personas como Laura, quienes se han visto atrapadas en un ciclo interminable de operaciones. Otro ejemplo es Marcos, un hombre de 40 años que, tras someterse a una liposucción, experimentó una gran alegría… que solo duró unas semanas. Luego, comenzó a buscar clínicas para operarse los párpados, después el abdomen, y más tarde a implantarse cabello. Su vida se centraba en organizar intervenciones, ahorrar dinero para ellas y ocultar a quienes lo rodean cuántas veces se sometía a cirugía.
El resultado no fue una mayor felicidad, sino un ciclo de frustración: cada procedimiento traía consigo expectativas poco realistas, y cada decepción aumentaba el sentimiento de vacío.
Lo que sucede en el cerebro
Desde el campo de la neuropsicología, podemos entender este fenómeno. Las adicciones están relacionadas con los circuitos de recompensa en el cerebro, especialmente con la liberación de dopamina. Después de una cirugía estética, muchas personas sienten un gran subidón emocional: reciben halagos, se ven diferentes en el espejo y experimentan una especie de entusiasmo.
El problema es que, con el tiempo, esa sensación desaparece. Según el modelo de «tolerancia hedónica» (Volkow et al., 2010), el cerebro empieza a necesitar estímulos cada vez más intensos para alcanzar el mismo nivel de satisfacción. En el caso de la adicción a la cirugía, ese estímulo son nuevas intervenciones.
Evidencia científica
Las investigaciones prueban que la adicción a la cirugía estética no es algo que ocurra solo de vez en cuando.
Un estudio de Veale et al.(2003) identificó que entre un 7% y un 15% de los pacientes que buscan procedimientos estéticos cumplen con los criterios de trastorno dismórfico corporal.
Otro trabajo realizado por Ribeiro (2017) indica que la repetición compulsiva de cirugías se relaciona con altos niveles de ansiedad, depresión y baja autoestima, incluso cuando los resultados médicos son objetivamente buenos.
Recientemente, un artículo de Picavet et al.(2016) demostró que la mayoría de las personas que se operan varias veces experimentan insatisfacción continua, lo que muestra que el problema no reside en el cuerpo, sino en la manera en que se percibe.
El acompañamiento psicológico online
Frente a esta situación, ¿qué acciones podemos llevar a cabo desde la psicología? Mi experiencia indica que el primer paso es trabajar en la autoimagen y en la relación con el propio cuerpo. Con terapias como la cognitivo-conductual, ayudamos a las personas a reconocer pensamientos distorsionados (“si me opero, seré más feliz”, “nadie me aceptará con este defecto”) y a reemplazarlos por creencias más realistas.
El mindfulness también es muy beneficioso, ya que permite distanciarse de la autoexigencia constante y conectar con el cuerpo desde la aceptación. En algunos casos, la terapia psicológica se complementa con medicación recetada por un psiquiatra, especialmente si hay un diagnóstico de trastorno dismórfico corporal.
La importancia de decir “basta”
Uno de los momentos más complicados en terapia es cuando la persona debe aceptar que la próxima cirugía no solucionará su dolor. Esto a menudo implica un duelo: aceptar que no hay un cuerpo «perfecto» y que el verdadero cambio debe darse en la forma de verse y valorarse a sí mismo.
Cuando Laura se dio cuenta de esto, inició un nuevo camino: enfocarse en su autovaloración, descubrir pasatiempos que le brindaban alegría más allá de su apariencia y aprender a conectarse con su cuerpo de una manera más amable.

Conclusiones
Discutir sobre la dependencia a la cirugía estética no es una exageración, sino un reconocimiento de una realidad que afecta a un número creciente de personas. La presión de la sociedad, la constante comparación y la promesa de felicidad instantánea forman una mezcla peligrosa que puede llevar a las personas a operarse repetidamente.
Como profesional en psicología, mi meta es proporcionar un entorno donde aquellos que se sienten atrapados en este patrón puedan entender lo que sucede y recobrar el control. La verdadera belleza no reside en un rostro o cuerpo perfectos, sino en la capacidad de vivir de manera auténtica, aceptando uno mismo y encontrando bienestar.
Referencias
Volkow, N. D., Wang, G. J., Fowler, J. S., Tomasi, D., & Telang, F. (2010). Addiction: Decreased reward sensitivity and increased expectation sensitivity conspire to overwhelm the brain’s control circuit. BioEssays, 32(9), 748–755.
Fardouly, J., Diedrichs, P. C., Vartanian, L. R., & Halliwell, E. (2015). Social comparisons on social media: The impact of Facebook on young women’s body image concerns and mood. Body Image, 13, 38–45.
Picavet, V. A., et al. (2016). Repeated aesthetic surgery: Compulsion or addiction? Plastic and Reconstructive Surgery, 137(2), 453–460.
Ribeiro, R. (2017). Psychological outcomes of aesthetic surgery: A systematic review and meta-analysis. Aesthetic Surgery Journal, 37(2), 220–230.
Sarwer, D. B., Crerand, C. E., & Didie, E. R. (2006). Body dysmorphic disorder in cosmetic surgery patients. Facial Plastic Surgery, 22(3), 251–255.
Veale, D., et al. (2003). Body dysmorphic disorder and aesthetic surgery. Journal of Plastic, Reconstructive & Aesthetic Surgery, 56(5), 464–471.