Contamos con numerosos pacientes que sufren de depresión asociada a la disminución de la visión. Esta no es solo una cuestión médica o visual: se trata de una pérdida real, a menudo silenciosa, que impacta de manera significativa en la identidad, la independencia y la motivación del individuo. En nuestras consultas, lo observamos diariamente: personas que han llevado una vida activa y, de repente, sienten que su mundo se desmorona. Aquí es donde la psicología entra en juego, aportando luz en tiempos de oscuridad visual.
Hoy deseo compartir un ejemplo que representa muy bien nuestra labor desde la perspectiva cognitivo-conductual frente a estos desafíos. Por supuesto, es un caso ficticio, pero se basa en patrones muy reales que hemos encontrado en nuestra práctica clínica.
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El caso de Elena
Elena, de 56 años, se desempeñaba como administrativa. Le gustaba leer, cuidar su jardín y es madre de dos hijos adultos. Hace dos años le diagnosticaron degeneración macular asociada a la edad (DMAE), una condición que deteriora progresivamente la visión central. Inicialmente, no podía reconocer rostros en la calle. Luego, tuvo que dejar de conducir. Después, dejó de leer. Finalmente, solicitó la baja médica.
Al llegar a la consulta, Elena comentaba: “ya no soy la misma”. Se mostraba apática, tenía problemas para dormir, había perdido peso y se emocionaba fácilmente al llorar. Había dejado de salir sola, se sentía como un peso para su familia y repetía frases como: “esto no tiene solución”, “no sirvo para nada”, “he perdido mi vida”. El diagnóstico psicológico fue claro: episodio depresivo moderado.
¿Qué sucede cuando perdemos habilidades?
Desde la perspectiva cognitivo-conductual, comprendemos que pensamientos, emociones y comportamientos están conectados. En situaciones como la de Elena, la pérdida de visión no es solo un problema médico: representa un cambio drástico en el estilo de vida, una ruptura con la identidad anterior y una fuente constante de frustración.
Elena había perdido sus recompensas naturales: su autonomía, las actividades que disfrutaba, su trabajo… Todo esto eran fuentes de motivación y autoestima. Al desaparecer, se afecta el sistema de recompensas del cerebro y, como indica la investigación (Lewinsohn, 1974), hay un mayor riesgo de desarrollar síntomas de depresión.
Además, se forman creencias desajustadas: “sin visión, no soy nada”, “no puedo hacer nada por mí misma”, “todo lo que me gustaba ha llegado a su fin”.
¿Cómo se aborda la depresión por baja visión en terapia online?
La evidencia científica indica que la terapia cognitivo-conductual (TCC) (Beck, 1979; Cuijpers et al., 2013) es el tratamiento preferido para la depresión. Sin embargo, cuando hay una condición de salud crónica de fondo, como una pérdida sensorial, es necesario ajustar el enfoque. En el caso de Elena, trabajamos en tres áreas principales:
-Activación conductual
Uno de los primeros propósitos fue superar el ciclo de aislamiento y evitación. Elena había dejado de participar en muchas actividades, lo que había hecho que su vida fuese monótona y carente de sentido. Basándonos en la activación conductual (Martell et al., 2001), creamos un plan gradual para añadir pequeñas actividades que tuvieran un significado personal, incluso si necesitaba asistencia o ajustes para realizarlas.
Comenzamos con tareas muy sencillas: escuchar libros en audio, dar paseos con una amiga, regar sus plantas bajo supervisión. Después, sumamos otras: inscribirse en un taller de cocina accesible, utilizar aplicaciones con lector de pantalla, aprender a manejar un bastón guía. Cada pequeño avance incrementaba su sentido de eficacia personal y elevaba su estado de ánimo.
-Reestructuración del pensamiento
También trabajamos en sus pensamientos negativos automáticos. Elena tenía una voz interna muy rígida y pesimista: «ya nada tiene solución», «no sirvo para nada», «esto va a empeorar». Aplicamos métodos de terapia cognitiva conductual para identificar distorsiones mentales como la sobre generalización, el pensamiento en blanco y negro y el filtrado negativo.
Mediante el diálogo socrático, comenzamos a cuestionar esas creencias: ¿Realmente todo está en ruinas?¿Qué es lo que aún puede hacer?¿Cuáles han sido sus logros recientemente? También utilizamos metáforas y ejercicios de aceptación para aprender a manejar la incertidumbre: entender que resignarse no es igual a aceptar de manera consciente.
-Aceptación del cambio y redefinición de valores
En este punto, introdujimos técnicas de la «tercera ola» de la psicología, como la terapia de aceptación y compromiso (ACT).No a través de etiquetas, sino mediante ejercicios prácticos: Elena aprendió a distinguir entre lo que puede controlar y lo que no. Comenzó a escribir sobre lo que realmente le importa más allá de su visión: estar conectada con sus hijos, sentir que aporta, seguir cultivando la belleza en su vida, aunque sea de maneras diferentes.
Hicimos ejercicios como la metáfora del autobús: aunque no podía deshacerse de sus pensamientos negativos, podía seguir dirigiéndose hacia sus valores. Comenzó a ser voluntaria en una organización para personas con baja visión, algo que nunca se le habría ocurrido antes.
¿Qué revela la investigación?
Los estudios apoyan nuestras acciones. Una revisión de Brody et al.(2002) demostró que las intervenciones cognitivas conductuales disminuyen notablemente los síntomas de depresión en personas mayores con baja visión. Más recientemente, el metaanálisis de van der Aa et al.(2015) determinó que la combinación de rehabilitación visual y terapia psicológica es más efectiva que cualquiera de ellas por separado.
También hay pruebas de que la intervención temprana previene la cronicidad de la depresión y mejora la adaptación funcional (Casten y Rovner, 2008). No se trata solo de «enseñar a aceptar», sino de restaurar la autonomía de la persona, acompañarla en su proceso de duelo y también en la creación de una nueva historia de vida.
Un nuevo inicio
Luego de varios meses de tratamiento, Elena no había vuelto a ver, pero sí había ganado algo más importante: su autoestima, el deseo de vivir y su capacidad de tomar decisiones. Aún tenía momentos tristes, por supuesto, pero ya no la abrumaban. Ya no veía su vida únicamente a través de lo que había perdido, sino también por lo que podría construir.
Ella me compartió una frase que aún guardo en mente: “Creí que todo había terminado, pero en realidad solo había comenzado otro tipo de vida. Y también tiene su valor”.

Conclusiones
La depresión por pérdida de visión no es solo un efecto secundario. Es una vivencia emocional compleja que necesita una intervención psicológica seria personalizada y fundamentada en la ciencia. Acompañar estos procesos con respeto, compasión y habilidad es parte de nuestra labor como terapeutas.
Aunque no podemos restaurar la vista, podemos asistir a la persona en recuperar su rumbo, sus principios y su deseo de vivir. Porque tener visión es relevante, pero encontrar sentido a la vida es aún más esencial.
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